Era un día típico de septiembre con volantines en el cielo, viento flameando las banderas post 18 y el canto de los pajaritos posados en las ramas de los árboles. Venía recorriendo el cerro playanchino desde el Paseo 21 de mayo, sacando fotos a las casas, árboles y personas. Todo en ese cerro llama la atención, desde los adoquines del suelo de ciertos pasajes, hasta el vuelo más desapercibido de alguna gaviota planeando sobre el cielo, pero fue en la Av. Playa Ancha, a la altura de la calle San Pedro con Pasaje Munizaga donde mis ojos posaron la mirada más detenidamente
Al frente de la rosticería Marabí se hallaban dos personas. Con los brazos cruzados, jockey, mirada seria y mandíbula apretada, observaban las instalaciones ya quemadas de lo que en otros tiempos había sido uno de los emporios más influyentes en el cerro de Playa Ancha: el “Emporio El Sol”. Su construcción data del año 1893 y desde entonces fue unos de los iconos playanchinos que simbolizan la vida de barrio, pero hace 3 años que se había retirado del rubro comercial, dándole paso a una carnicería, que hasta hace poco (antes del incendio ocurrido el 15 de septiembre de este año) funcionaba en el lugar.
Juan Vera, un playanchino de toro y lomo, propietario de la rotisería Marabí (local que se vio afectado por el incendio), trabajó más de 13 años en el emporio y recuerda con nostalgia algunas de las anécdotas que vivió en el incinerado recinto.
¿Qué recuerdos tiene del Emporio el Sol?
Yo me crie de cabro chico en El Sol. Aquí alrededor del emporio usted tenía el banco, librerías, carnicerías, y una pila de locales más, este era como el Mall. Yo le robaba los dulces a Don Pancho, los sueños dorados me acuerdo, claro que me llegó cualquier palo pero el murió ya –mira al piso y se lleva su mano a la cara-.
Este incendio es una perdida inmensa y lo quiso tirar abajo pero espero que los propietarios lo levanten, claro que a costa de mucha plata. Yo conozco las bodegas y no he querido entrar a ver, me da pena – se ajusta su jockey y con su mirada recorre la carbonizada imagen del local-.
Juan recuerda las pelelas colgando, los lecheros en el piso, los lavatorios, los sacos de comida a granel, las monturas y alpargatas. Rememora cada ornamentación y sobre todo el trato del “tú a tú” que por estos días es difícil de encontrar.
Uno llegaba acá y estaban detrás del mostrador, estos hombres con esa cotona azul que se ponían. Te saludaban y hablaban contigo, no como los supermercados. Tú vas a comprar al “super” y con suerte te dicen buenos días, para lo único que te hablan es para preguntarte la famosa frase: “dona el peso”. Aquí te daban la yapa, te faltaba plata o sobraba el peso, aquí te lo daban por dulces.
Hoy en día el recinto pertenece a una asociación familiar. Este fue uno de los emporios que más perduró en el tiempo, y los que crecieron con él lo recuerdan con mucha nostalgia.
Patricia Flores Saavedra
Foto Patricia Flores Saavedra