Siempre me ha gustado caminar por Valparaíso. Perderme entre sus olvidados callejones, mirar las descuidadas casas y descubrir cada detalle nuevo en sus corroídos muros, me incitan a crear historias imaginarias en mi cabeza sobre alguna época, lugar o situación en específico, y el recorrido por Playa Ancha para llegar hasta la Plaza Waddington no fue la excepción.
Salí de clases -como toda estudiante, con más bajón que el chavo- revise mi capital y me di cuenta que me alcanzaba para una mineral, unas galletas y un par de cigarrillos. Observé mi reloj: las 16:27 -aún muy temprano para volver a casa, pensé. Reflexioné unos minutos sobre qué hacer y fue así como decidí caminar hasta la Plaza Waddington, en busca de historias imaginarias escondidas en el paisaje de sus peculiares casas, personas, micros y vista al mar. Mientras caminaba no podía parar de mirar las diferentes estructuras que van variando calle a calle.
Calada tras calada de cigarrillo, pensaba en aquellos habitantes ya extintos del cerro, y si acaso pensaron alguna vez en lo que se convertiría Playa Ancha. Leí un artículo, no hace mucho, acerca de la idea de que este sector fuese una república independiente y me enteré que: hasta tiene un himno, y ¿cómo no?, si este cerro engloba iconos clásicos. Partamos por el mítico bar “Roma”, un hogar para los estudiantes, quienes exhaustos por las largas jornadas académicas, encuentran en el brebaje de una Baltica el descanso perfecto, o el multifuncional Parque Alejo Barrios, el cual cada septiembre se tiñe de blanco, azul y rojo para homenajear a Chile en el día de su Primera Junta Nacional de Gobierno, también está la dinamitada y dicotómica “Piedra feliz”, la que según relatos fue el paradero perfecto para aquellas almas en pena que no encontraban su fortuna en este mundo.
Mientras camino, voy pensando en todo esto. Miro la cara de las personas, busco en su mirada una señal de calidez pero no encuentro nada, solo el horizonte y las desteñidas casas me sonríen en este frio día de abril. Sin darme cuenta llegué a mi destino, reviso mi bolsillo y siento que me quedan aún un par de galletas. Busco una banca en la plaza y me siento. Al frente hay unos pájaros -quienes seguro están esperando ser alimentados- cojo las galletas, las destrozo y les doy de comer.
Me gusta la plaza; los niños jugando, las aves y quienes la mantienen limpia, le dan un toque especial. Miro mi reloj, las 18:17, creo que es hora de irme a casa.
* Patricia Flores Saavedra