Hoy antes de salir de la casa revisé mi escritorio, me di cuenta que se acabaron los chinches para colgar papeles en la muralla. Si bien no me considero un tipo tacaño, debo admitir que no me siento capaz de comprar en Lápiz Lopez, considerando que esa tienda que vende los productos un 300% más caro que una librería tradicional…
Aprovechando que estoy en Valparaíso, decidí recorrer el plan de la ciudad en búsqueda de los famosos chinches, mi recorrido comienza en la calle Victoria, cercana al Parque Italia. La última vez que visite esta avenida tenía unos 8 o 10 años.
Lo primero que llama mi atención es la gran cantidad de mueblerías, además de un montón de tiendas que parecen fuera de época. Una tienda que vende cortinas y telas llama mi atención, pues orgullosamente exhibe un gato vivo en su vitrina.
Sigo mi peregrinaje con la mala fortuna de encontrar todas las librerías cerradas por ser la hora de almuerzo, camino algunas cuadras más y me da hambre. Miro a mí alrededor y son cientos los carros que ofrecen sopaipillas o empanadas fritas, debo admitir que el aroma y el hambre me tientan, pero el miedo a una hepatitis es más fuerte y logra contenerme.
Casi al final de mi recorrido me acerco a un kiosco en calle Uruguay, decido entonces comprar unas galletas, al momento de acercarme al mostrador me sorprende un pequeño perro que vive en una cama sobre los productos. Su dueña me indica tiernamente que es su compañero.
Tras emprender rumbo al mercado, me detengo a observar la espectacular danza de unas palomas. En honor a la verdad es un aquadance impulsado por los preocupados locatarios del mercado, quienes instalaron una pequeña pileta para que las aves se refresquen.
Ya en la estación Barón, no puedo dejar de pensar en las locuras de Valparaíso, en sus rincones que esconden un patrimonio invisible para la UNESCO, pero que solo sus habitantes y un par de dedicados observadores pueden notar.