Playa Ancha tiene múltiples encantos, están sus empinadas calles, plazas, las coloridas fachadas de sus casas y un sinfín de elementos que componen su patrimonio. Su paseo costero incluye grandes miradores y fuertes acantilados, pero entre tanta curva cerca de la golpeada playa Las Torpederas podemos encontrar un patrimonio que no es agradable a todos los ojos…
Se trata del Cementerio nº3 de Playa Ancha, un lugar que por su naturaleza y uso no muchas familias están dispuestas a incluir dentro de su panorama a visitar, y es una realidad, mucha gente prefiere evitar una estadía dentro de uno de estos recintos. Existen muchos mitos acerca de lo que sucede al interior del campo santo, historias macabras que adornan las tumbas, desde muertos que se levantan por las noches y corren las lapidas, hasta pactos con el diablo.
Aledaño al recinto podemos encontrar distintos personajes que se suman a la vida diaria del cementerio, entre ellos: los vendedores de flores, los transportistas de agua, los vendedores de helados York, los infaltables choferes de buses que parecen convertir en garita la entrada del cementerio. Entre medio de todos, existen unos pequeños kioscos que llaman profundamente mi atención.
Se trata de los marmoleros, los hombres que crean las lapidas -bueno en honor a la verdad ellos crean elementos con piedra-. Don Manuel Vargas comenzó a en esto hace algunos años, proviene de una familia con linaje en este oficio, su padre trabajó toda su vida en la piedra y actualmente don Manuel continua con su hermano y sobrino.
Nos cuenta que se siente encantado con su labor, exhibe con gran orgullo sus creaciones y definitivamente traspasa energía en su narración, a todas luces le apasiona lo que hace. Nos relata que él se forjó solo en la creación de estos elementos, el hecho de mirar con detalle fue una gran herramienta para dominar este oficio. Don Manuel nos cuenta que en su opinión, el trabajo que el realiza es netamente artesanal, “yo soy un artista de la piedra”.
Don Manuel es el encargado de escribir las letras en las lapidas dando la despedida oficial de este mundo a los fallecidos. Él explica que a veces se equivoca en las letras, pero que por lo general los deudos le informan y se corrige el error. En algunas oportunidades ya se ha puesto la lápida, y él debe ir a retirarla para evitar un error que puede acompañar por muchos siglos al pobre difunto.
Don Manuel no siente miedo de trabajar cerca del cementerio, señala que “los muertos son muertos”, -no hay que tenerles miedo-.