Valparaíso siempre al borde de cualquier catástrofe, cuando en el siglo pasado se quemaba, se articulaba la responsabilidad de los arriba. Los mas privilegiados de la ciudad, organizados en compañías de bomberos según país de origen de sus fundadores, buscaban la ocasión para una obra heroica de protección civil. Joaquín Edwards Bello lo relata en sus recuerdos que se debaten entre el hastío por esta ciudad y la admiración incondicional hacia ella. Hoy puedo denunciar que su biblioteca personal legada a la ciudad por la familia, se hallaba hace un par de años literalmente tirada, desprendiéndose de cajas húmedas en la oficina de una administradora municipal, una practicante mas de la decadente indolencia que expresa la ciudad entera.
Sin embargo a principios del siglo XX, la activación de la responsabilidad civil no tomaba solo la forma de la caridad o la protección del hermano mayor. En Valparaíso si existió un Pacto social. Y ese Pacto estuvo constituido por el sentimiento republicano que acercó al mundo obrero y artesano organizado en sociedades de socorro mutuo y de resistencia, a los miembros de la elite empresarial masona y laica de la ciudad. Fue un Pacto que tuvo los gérmenes del vanguardismo, del encuentro social que permitió la construcción de la República. Chile estuvo al borde de conquistarlo todo y Valparaíso siempre puso el ejemplo.
Podemos hacernos testigos de la hidalguía que existió en la ciudad, cuando leemos las obras que nos cuentan de un pasado mas limpio, con una moral pública protegida, blindada de los vicios personales y sociales. Tenemos la historia de Lautaro Rosas alcalde, de sus obras públicas y su altura de miras y el testimonio del Liceo Eduardo de la Barra, de este centro formador de ciudadanos. A las ruinas de la Escuela Ramón Barros Luco, podemos erigirle una bandera que recuerde cada día, a cada transeúnte, como de sus aulas surgieron las primeras ligas feministas del continente Latinoamericano. Debemos hacer actos simbólicos y con cada uno de ellos, tales actos de psicoanálisis colectivo, recuperar nuestra ciudad. Vivimos en un gran sitio arqueológico que espera por nosotros para que refundemos en el epicentros simbólicos que como pulsaciones de un GPS, sitúen en el mapa de sus habitantes la urgencia del presente. Como los libros de Edwards Bello, estamos rodeados de testimonios en ruinas, en llamas y en el suelo. Pero también trasportamos nuestro proyección del pasado, nuestro propio relato disparado en el presente. Ese relato es lo mas poderoso que los amantes de esta ciudad le podemos entregar. Es ese, su patrimonio vivo.
Aunque sus integrantes no lo notaran abiertamente, con ese relato se ha formado Pacto Urbano la Matriz, y no solo con esa cobertura y ese eslabón estructural. También se ha formado con todos los ingredientes de lo que hoy llamamos la Contrademocracia , nada mas y nada menos que la forma mas despierta y actual de política trasformadora. Y en este punto solo puedo citar a Pierre Rosanvallon: “Hay dos escenarios fundamentales de la actividad democrática. El primero es la vida electoral, la confrontación de programas. En otras palabras, la vida política en el sentido más tradicional del término: su objetivo es organizar la confianza entre gobernantes y gobernados. Pero también existe otro escenario, constituido por el conjunto de las intervenciones ciudadanas frente a los poderes. Esas diferentes formas de desconfianza representan lo que yo llamo «contrademocracia». No porque esas formas de expresión se opongan a la democracia, sino porque se trata de un ejercicio democrático no institucionalizado, reactivo, expresión directa de las expectativas y decepciones de una sociedad. Junto al pueblo elector, también existe un pueblo que vigila, un pueblo que veta y un pueblo que controla. “
La riqueza de Pacto Urbano La Matriz es que se propone ambas formas de actividad democrática. Ha surgido como forma de vigilancia, y hoy propone la democracia electoral. Pero su mayor riqueza es su condición de plataforma. Y que es una plataforma?: un despegue, un punto de reunión y de partida, en definitiva un espacio de encuentro de la diversidad ciudadana. Y es precisamente ahí donde descansa su capacidad, su potencia como mecanismo generoso para confluir y gestionar el descontento. La gestión del malestar se ha constituido en un poderoso capital político en el siglo XXI. La fortaleza del Pacto Urbano la Matriz recae en su horizontalidad: en la plataforma nadie sobresale demasiado, no hay personalismos, hay entrega, no hay elite de poder, hay poder repartido y constituyente, no hay veto incondicional, hay invitación abierta. No hay estancamiento, hay naturaleza arrolladora, pacífica y por fuerza de inteligencia.
Vamos a recuperar el Pacto de Valparaíso por fuerza de contrademocracia y en el tiempo que sea necesario.
Por Rocio Venegas Balmaceda