Arrebol en las alturas, mágicos destellos de luz
Cautivas pinceladas de horizonte, adentradas en mis pupilas
Se plasman en recuerdos zigzagueantes.
Anudadas redes de estrecho tejido
Van urdiendo en el tiempo, matices de hierba madura
Brotes enraizados matizan su canto.
El agua cómplice del juego eterno Se adentra en los surcos cristalinos
Rasguñando grietas, surcando caminos.
Oteando a lo lejos el aire
Abraza complacido los frutos del tiempo.
Mira, observa sigiloso.
Nutre en el verdor de jirones.
Callado en comunión perfecta.
Novio en la puerta de espera.
Entonces fuera la luz, arremeten las tinieblas
Cobija el hombre sus sombras de luna llena.
Los pájaros estelares de crepúsculos sonoros
Ondulan y airean el horizonte.
Las lunas pasan de una en una por distintas esferas
Cambian las estrellas
Hoy son blancas, mañana serán violetas.
Y el hombre ahí Cobijado en su sombra, detrás de la puerta
Sigiloso espera el tiempo justo
Tras el paso de naturaleza quieta.
Ventolera de hojas cruzan las eras
El hombre se apresta a dar la vuelta.
Pájaro inmóvil de dudas eternas
Hierro inerte de triangular piedra.
Aún el río aplasta la orilla
El agua arremete en la tierra.
Otras lunas atisban los cielos.
Otros lares cobijan las estrellas.
El hombre ahí contempla
Sus ojos avistan las hojas inquietas
Y se vuela tras ellas.
Arremolinando vientos, barriendo caminos.
Suspendido en el aire, voltea y voltea.
El sol se agita y despierta
Arremete brazos de luz en las tinieblas.
Las sombras huyen detrás de la puerta.
De a poco aparecen las siluetas
Adornando la roca entreabierta.
Y el hombre ahí Frente a la puerta.
Con ojo avizor recorre la estela.
Y en trescientos sesenta grados gira la vuelta.
Cabeza aguerrida de dorada esfera
Con paso seguro el hombre rasguña la tierra.