Por José Bonilla P.
La ciudad crece y crece sin control, los espacios que antiguamente estaban destinados a ser áreas verdes disminuyen y se los apropian las constructoras. Los parques son un bien preciado y cada vez vemos a menos niños o familias jugando en ellos, y es que la modernidad encerró a las personas al interior de sus casas y los hizo atrincherarse para garantizar su seguridad.
El control de la televisión y el exesivo sedentarismo producido por ella extinguió la vida de barrio por muchos años, pero los artistas lograron visualizar la existencia de estos espacios que por mucho tiempo estuvieron abandonados. Es así que nace distintas formas de arte que como protesta comienzan a ocupar estos espacios, el grafiti es sin duda un ejemplo de manifestación y apropiación de estos espacios públicos.
El concepto de arte por mucho tiempo estuvo ligado a las grandes galerías o bien a los centros urbanos, las muestras generaban una segregación pues tenían un público bastante acotado, no existía una relación con el entorno y la mayoría de las muestras eran itinerantes, pero con el tiempo esta concepción cambia y los artistas comienzan a dar mayor relevancia a la integración de la obra con el entorno, se apropian de estos espacios que están destinados solo al tránsito y comienzan a generar un dialogo a través de sus creaciones.
Un par de días atrás nos tocó visitar una intervención en Cerro Cordillera, se trataba de tres muestras que estaban instaladas al interior de una plaza. Este lugar sin duda se encuentra en notable abandono, existe suciedad por todas partes y la hierba crece en los costados dando muestra clara del escaso uso de los vecinos del sector.
Los artistas instalaron tres tótems que irrumpen la normalidad de la plaza, el primero de ellos está hecho en madera y ostenta en su parte superior unas ollas, que a través de un mecanismo con cuerdas emite un sonido. El mensaje de propuesta es claro y fuertemente simbólico, sin duda los cacerolazos son un referente en nuestro país respecto a la protesta de las dueñas de casa y de aquellos que tienen hambre.
El segundo tótem tiene relación con la radio, estan los elementos necesarios para tener una señal radiofónica, diversas antenas y una pequeña plaza que anuncia su señal. Podemos imaginarnos la voz de la plaza transmitida a través de este elemento que busca generar comunicación desde el cerro.
El tercer tótem tiene en su parte superior una veleta con un pequeño Sr vestido de Santiago Wanderers con un bombo entre sus manos, la idea es que al girar con el viento este pueda mover sus manos y emitir un ruido a través de su instrumento.
Los artistas están dando señales que sus obras ya no están destinadas solo a una elite consumista sino que de verdad quieren decir algo, involucrarse con los espacios de la ciudad y establecer un diálogo que genere una reflexión en las personas, es la batalla contra un urbanismo desenfrenado que solo busca maximizar los espacios habitables e insertar grandes torres en espacios que de verdad ya se encuentran colapsados.
Hoy la línea entre el arte y la publicidad es muy delgada, en el sentido de la estética ambos deben competir por tener espacios dentro de la ciudad. Obviamente ambos apuntan a fines distintos, el marketing quiere convencer a las personas de consumir cierto producto a través de una determinada estética, es el caso por ejemplo de Starbucks que no solo vende café sino un determinado estilo de vida a través de su símbolo que sin duda proyecta algo en las personas.
Es así como las personas están sometidas diariamente a la influencia de la publicidad que los encierras de los centro urbanos a sus casas, salen de la oficina y solo pueden pensar en transportarse lo más rápido posible a su hogar encerrarse para salir nuevamente al otro día con toda prisa para llegar a su trabajo. Es así como la rutina se repite una y otra vez hasta el fin de semana, donde muchos deben decidir entre ir a un Mall o bien ir a un parque.
Estoy seguro que los habitantes del espacio que visitamos en Cerro Cordillera no deciden visitar su plaza, es raro ya no ver a los vecinos barriendo sus veredas o uno que otro valiente ornamentando sus la calle. Es verdad que el municipio debería cooperar con la mantención de estos espacios, pero ante su abandono yo esperaría que los vecinos acudieran a apropiarse de este espacio que es suyo.
Pero la postmodernidad es un fenómeno que no solo arrasa con el desarrollo económico de la ciudad, sino también con la conciencia de los habitantes. Los hace encerrarse en sus casas y abandonar la calle y consigo la vida del barrio, las rejas comienzan a crecer y la comunicación con los vecinos de vuelve un bien escaso que termina desapareciendo de generación en generación.
A mi parecer es el arte uno de los llamados a quebrar ese esquema que se impone desde los grandes centros comerciales, es el brazo extensible de los sin voz que buscan aún revitalizar estos espacios que desde la periferia de la ciudad dan la batalla para no ser olvidados o consumidos por un modelo económico tecnócrata que no busca más que la eficiencia de los espacios y eliminar todo espacio de recreación que pueda poner en riesgo la rutina de trabajo-hogar que es impuesta a través de las extensas jornadas laborales y el control que la televisión sobre las personas.