Por Patricia Flores Saavedra
¿A quién no le gustan las plazas?, me pregunto observando a unos niños subir y bajar de un resbalín. Siento como cantan los pájaros, los ruidos de los peques revoltosos que están por ahí cerca, en algún colegio, es como un paraíso social. Aquí todo parece feliz, y no lo digo por el romántico paisaje de uno que otro pololo besando a su novia, si no por el simple hecho de estar al aire libre, tomando mate, sintiéndome en equilibrio.
En la lejanía observo a una madre con su retoño, ambos muy felices. Me acerco hacia ellos, solo para hablar con la mujer. Ella es C.S de 26 años, dueña de casa. Hace frío, le ofrecí mate, acepto y empezamos a sacar el tejido.
Oiga y cuénteme, ¿por qué viene a esta plaza con su hijo?
Por favor, trátame de tu no más –señala entre risas- me cuenta que en lo personal, le gustan harto. Me confiesa que le encanta que su hijo juegue o ande en bicicleta y se recree –lo mira bien orgullosa- pero también me informa que no es a la única que vienen.
Tras un rato tomando mate y hablando sobre lo genial que son las plazas, con sus espacios para el desarrollo social, tanto de chicos como para grandes, reímos viendo como los niños crean sus propios juegos, como las palomas hacen su extraño movimiento de cabeza e imaginamos la vida sin una plaza.
Pero cual es valor de esta plaza para ti, me has dicho que le permite a tu hijo un desarrollo social que no se obtiene en otros lados, pero y ¿tú?
Mira Pati –ya estamos en un tono más de confianza- para mi es reimportante que los niños tengan un lugar para jugar luego del colegio, yo creo que ellos son el futuro y esa es la importancia que le doy a estos espacios –esto ya está casi para un discurso presidencial-.
Además que si te pones a pensar aquí siempre hacen actividades. Me gusta esta plaza porque en general esta impecable. Aquí también la gente viene a hacer ejercicio o hay grupos de jóvenes que buscan compartir un rato – me observa en confianza y con plenitud- aparte, uno viene y pasa un rato súper agradable charlando con personas como tú –nos reímos-.
Sentimos el llanto de un niño, era el suyo. Alguien se había apoderado de los juguetes y entre los afectados estaba su hijo. Esperamos 10 minutos para ver si cesaba el llanto, no ocurrió. Finalmente decidieron irse, lo encontré razonable, ya que ni con 10 dulces se podía sosegar a ese mocoso. Nos despedimos y pensé: ¡¿A QÚIEN NO PODRÍA GUSTARLE LAS PLAZAS?!