Héctor Vásquez me espera en la Plaza Waddington, sentado en un banco. El sol, como un reflector que insiste en desvelar los detalles, ilumina el espacio donde una vez estuvo El Verano. Héctor, un profesor normalista de Playa Ancha, es también el guardián de una memoria que muchos creían perdida. Habla con calma, como quien ha narrado esta historia muchas veces, pero aún siente su peso.
“Recuerdo perfectamente la estatua”, comienza. “Era parte de la plaza, de la vida diaria. Y un día, simplemente desapareció. Fue como si alguien arrancara una página del libro de nuestra historia.” Durante años, el bronce de El Verano permaneció en el olvido, sepultado bajo el silencio administrativo y la indiferencia. Pero Héctor no olvidó. “La comunidad tampoco lo hizo. Playa Ancha no olvida”, asegura, con una sonrisa que es más una declaración de principios.
La lucha por El Verano comenzó con un recuerdo, pero avanzar no fue fácil. “Al principio, todo lo que tenía era mi memoria infantil. Algunos dudaban, otros decían que nunca hubo una estatua aquí. Era frustrante.” Héctor relata cómo fue necesario reconstruir la historia pieza por pieza, escarbar en documentos, buscar fotografías, persuadir a quienes tenían poder de decisión. “El momento clave fue cuando la restauradora Mayte Mella aceptó trabajar en la estatua. Su labor no solo devolvió la forma al bronce, sino también la fe a la comunidad.”
Y entonces, la historia se vuelve más rica, más compleja. La estatua, conocida aquí como El Verano, tiene otros nombres en otros lugares. En España la llaman La Segadora o Ceres, aunque su figura representa a un joven, no a una diosa. Héctor comparte anécdotas curiosas, como la decisión de un dictador español de eliminar las hoces de estas esculturas porque las asociaba con el comunismo. “El arte viaja, cambia, y a veces se enfrenta a la ignorancia”, comenta con un tono que mezcla ironía y resignación.
En la Plaza Waddington, Héctor señala los rincones donde la vida transcurría con naturalidad. “Esta plaza no es solo un espacio físico. Es el alma de Playa Ancha”, explica. Durante décadas, fue el centro de la vida social, el lugar donde los vecinos discutían las películas vistas en los teatros Iris y Odeón, y donde los jóvenes se encontraban para dar los primeros pasos en historias de amor que aún perduran. La restauración de El Verano no es solo el regreso de una estatua; es la recuperación de un capítulo perdido de esa vida comunitaria.
Cuando Héctor habla de la Plataforma Patrimonial de Playa Ancha, lo hace con una mezcla de orgullo y humildad. “Nada de esto habría sido posible sin ellos. Un ciudadano solo no puede lograrlo todo. Pero juntos, como comunidad, tenemos fuerza.” Describe cómo la Plataforma organizó campañas de firmas, creó un pendón que sirvió de emblema para la causa y acompañó a las autoridades en visitas al terreno. Cada paso, dice, fue una pequeña victoria en una batalla más grande.
Héctor no ve esta restauración como un punto final. Es, para él, el comienzo de algo más grande. Habla de sueños: declarar zonas típicas para proteger la arquitectura tradicional, preservar las quebradas y parques que aún mantienen una rica biodiversidad, y recuperar elementos simbólicos como la extractora de petróleo regalada por Long Beach. Cada palabra suya está cargada de una pasión tranquila, como si fuera consciente de que el trabajo que comenzó hoy seguirá mañana, y pasado mañana también.
Cuando le pregunto qué significa El Verano para la comunidad, su respuesta es sencilla pero poderosa: “Es la prueba de que unidos podemos lograrlo todo. Sin importar nuestras diferencias, Playa Ancha tiene algo que nos conecta a todos: el amor por este cerro y su historia.”
El sol comienza a bajar, pero El Verano, reinstalado en su pedestal, brilla con una luz que no proviene del cielo, sino de la mirada de quienes lo rodean. Héctor se levanta, su figura se recorta contra el horizonte. Antes de despedirse, lanza una última reflexión: “No olvidemos que el patrimonio no está solo en las cosas. Está en las personas que luchan por ellas.” Entonces camina hacia el borde de la plaza, donde la ciudad se encuentra con el océano, dejando atrás una estatua que, como él, parece estar viva.